Este día la etapa era relativamente corta y sencilla. Su perfil era un descenso vertiginoso hasta la presa de Grandas de Salime y luego subida hasta el pueblo del mismo nombre. Amanecimos con niebla (¡¡¡qué novedad!!!) y después de un corto pero duro ascenso comenzamos el vertiginoso descenso de más de 8 kilómetros. Y lo de vertiginoso es real. Camino de herradura entre pinos de repoblación con una pendiente enorme. No sé lo que hubiera sido al revés...
Allí estaban los americanos... un grupo de seminaristas o algo parecido acompañados de un cura y dos cámaras de televisión que estaban grabando toda su experiencia. Te los encontrabas por todos sitios... Uno iba en bici buscando planos... otro en una autocaravana de apoyo y grabando... Dormían en albergues, pabellones cubiertos, casas de la iglesia...¡¡¡Coñazo de tíos!!!
El bosque autóctono y virgen de castaños antes de llegar a la presa fue el momento precioso del día. Maravilloso bosque donde podías ver elfos, duendes, nomos... Precioso.
El paso por la presa es muy espectacular. Es enorme y todavía conserva la estructura de las obras de construcción en la montaña aledaña.
Las vistas desde el hotel cercano son impagables. Pena otra vez de la niebla. La subida es por carretera y se hace un poco pesado. Sobre todo para algunos de nosotros que íbamos tocados.
Máxima del caminante: Las cuestas te cansan pero las bajadas te lesionan. Pues eso.
Grandas nos ofreció un espectáculo en forma de museo etnográfico. Una maravilla digna de ser visitada. Hay que estar un par de horas para poder disfrutarlo. Es un museo del recuerdo, y todos conocíamos la mayoría de los objetos (todos originales). Desde pupitres de una escuela, correos, zapateros, panadería, tienda... Los hemos visto tantas veces que fue una experiencia preciosa.
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